El gran final de "Historia de un clan"
19/11Con picos de 12.5, llegó el final de esta macabra historia
El último episodio de Historia de un Clan fue con seguridad uno de los más interesantes de la serie. Quizá no tuvo esa violencia (explícita y contenida) que tanto impactó en los capítulos previos, pero la idea de echar luz sobre qué sucedió una vez que el clan fue envido a la prisión; el imaginar la tensa convivencia entre Arquímedes y Alex en el penal; la huida de Maguila una vez que le dieron la libertad; las visitas de Epifanía a la cárcel y el eterno "negar todo" por parte de los hombres fuertes del clan Puccio son elementos clave para comprender cómo se diluyó una familia que hasta ese momento y a pesar de los crímenes cometidos, había gozado de una impunidad totalmente inexplicable.
En el capítulo titulado "Epílogo", la historia se sumerge en los últimos momentos del clan Puccio, en su estancia en la cárcel y en qué sucedió en los años posteriores. Es un capítulo reposado, en el que Luis Ortega puede continuar experimentando con esos elementos que tanto lo entusiasman: las viejas piezas musicales, los planos que parecen arbitrarios, pero que esconden una lógica emocional (la vaca mirando a Puccio), e incluso se permite jugar una vez más con los videos de archivo, confundiendo la realidad más absoluta con esta fábula que ficcionaliza los momentos finales de esta familia. En ese sentido, hubo una decisión estética brillante: recrear las entrevistas que Rodolfo Palacios, autor del libro El Clan Puccio, mantuvo con Arquímedes cuando el asesino se fue a vivir a General Pico. Este último episodio comienza con una de esas entrevistas, y a lo largo del capítulo hay un par de momentos más en los que un actor que encarna a Palacios, junto a Awada en la piel de Puccio, hacen una puesta en escena de esas charlas. Es interesante la decisión de incluir esos fragmentos principalmente porque permiten descubrir a Puccio desde el ángulo de un periodista que intentaba acercarse a esa monstruosa figura. En su libro, Palacios cuenta no solo cómo fueron cada uno de los secuestros sino que hace especial foco en la figura de Arquímedes y en cómo fueron esos últimos años de "exilio", cuando incluso el peluquero del lugar se negaba a cortarle el pelo a un asesino como él.
En el libro hay un momento especialmente terrible: cuando Puccio se entera de la muerte de Silvia, su hija mayor, y cómo esa noticia pareció devastarlo por completo. En la serie, a esa situación le encontraron un equivalente con la muerte de Alejandro, de la cual quien termina siendo el mensajero es el propio periodista al atender el teléfono. En esa escena, la actuación de Awada es tan precisa, tan quirúrgica, que por un instante el actor logra hacer brotar del monstruo que fue Arquímedes los únicos rasgos de humanidad que pudo haber tenido el propio Puccio.
El episodio termina con un ataúd, entendiendo la muerte como un ciclo que parecía casi infinito en esa familia que supo matar, pero también morir. A continuación, Luis Ortega decide cerrar su serie con imágenes de archivo, como una especie de nefasto mensaje que indica la casi inmortalidad de ese clan monstruoso que hizo de los secuestros y los homicidios el negocio familiar. Los Puccio (o parte de la familia) pudo haber muerto, pero ese ataúd con una botella de whisky no necesariamente significa que ellos vayan a desaparecer.
En su libro, Palacios no puede evitar preguntarse qué pensaría el líder del clan sobre esta suerte de Pucciomania que hubo en 2015, que incluyó película, serie televisiva y una catarata de nuevos informes periodísticos. Pero es claro, sin Arquímedes, esa respuesta es imposible de conocer. Por lo pronto, la gran idea que sobrevoló a esta excelente serie es que hay un legado de violencia que pareciera no querer desaparecer dentro de la sociedad a la que pertenecemos. Y en ese sentido, el trabajo de Ortega puede que no haya tenido que ver con reflejar la vida de esa familia, sino con descubrir cómo mirar esa historia violenta a más de 30 años de distancia, y cuál es la herencia que nos deja.